7 marzo, 2013 Por
Eleuterio Fernández Guzmán. Licenciado en Derecho.- El 6 de agosto de 1993 el Beato Juan Pablo II dio a la luz pública su Encíclica “Veritatis splendor” que, referida a los fundamentos de la moral católica, nos informa y forma acerca de lo que, en efecto, tiene de esplendor la Verdad de Dios.
Veritatis splendor expresa unas ideas, que bien podemos llamar, esenciales de la misma y que, seguramente, nos ponen sobre la mesa muchas realidades que en demasiadas ocasiones ignoramos. Son, a saber, por ejemplo,
-La libertad tiene relación directa con el respecto a la verdad sobre el hombre.
-Es una senda abierta hacia la perfección o, mejor, lo son, los Mandamientos de la Ley de Dios.
-Los avances de la modernidad no pueden justificar una concepción radicalmente subjetiva del juicio moral.
-Sólo Dios decide sobre el bien y el mal aunque el ser humano goce de libertad para decidir sobre su existencia o sobre su adhesión, o no, al Creador.
-Las normas éticas obligan a todos porque derivan de la común naturaleza humana.
-Podemos caer en errores a partir de nuestra conciencia. Por eso no se puede confundir lo que pueda ser un error subjetivo sobre el bien moral con la verdad objetiva.
-Por mucho que se diga lo contrario, que la Iglesia católica se pronuncie sobre lo que pueda ser cuestión moral no hace de menos la libertad de conciencia.
-Resulta crucial que se oriente la vida hacia Dios. Sin embargo, aunque no se rechace a Dios de forma explícita eso no quiere decir que no se incurra en pecado mortal si se transgrede, de forma voluntaria, una materia grave.
-Cuando se cometen actos que son intrínsecamente malos, es cierto que una intención buena puede hacer menos grave la malicia pero, de todas formas, no se suprime la misma.
-No se puede hacer de menos la moral porque se crea que, así, se puede hacer un buen servicio al hombre. Se ha de amar al verdadero bien de la persona.
-En caso de producirse una alianza entre lo que es la democracia y un relativismo ético provoca una privación de lo que es una referencia moral segura.
Por eso, antes de la Introducción a la Encíclica, escribe el Beato Juan Pablo II que “El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor. Por esto el salmista exclama: ‘¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!’ (Sal 4, 7).”
Reclamamos, pues, a Dios, que sobre nuestra vida y nuestro devenir, su luz se fije en nuestro camino para hacerlo más llevadero. Pero la Verdad no puede ser capitidisminuida porque, en tal caso, no le haríamos justicia a Dios. Por eso no podemos acodarnos al mundo, tan alejado, muchas veces, del Creador.
A tal respecto (Vs, 30), “Siempre bajo esta misma luz y fuerza, el Magisterio de la Iglesia realiza su obra de discernimiento, acogiendo y aplicando la exhortación que el apóstol Pablo dirigía a Timoteo: ‘Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio’ (2 Tm, 4, 1-5; cf. Tt 1, 10.13-14).”
¿Cuál es, pues, el bien moral para la vida de la Iglesia y del mundo?
A este respecto, importante porque supone el afianzamiento en nuestro corazón de qué hacer y cómo comportarse en el mundo en el que vivimos, en el número 89 de Veritatis splendor, dice el Papa polaco que “La fe tiene también un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona la acogida y la observancia de los mandamientos divinos. Como dice el evangelista Juan, ‘Dios es Luz, en él no hay tinieblas alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad… En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él’ (1 Jn 1, 5-6; 2, 3-6)”.
La Verdad tiene un esplendor que no puede cegar el mundo con su mundanidad por mucho que lo intente. Sin embargo, nos corresponde a cada uno de nosotros, fieles discípulos de Cristo e hijos de Dios conscientes de que lo somos, hacer de la misma nuestro eje de vida y nuestro destino, al fin, en la anhelada vida eterna.
Y, ya, para terminar, una recomendación que nos deberíamos tomar más que en serio (Vs, 119):
“Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales —con todas las consecuencias que ello comporta— es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15)”.
Y la Iglesia, la católica, somos todos sus fieles.
Que así sea.
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