viernes, 19 de abril de 2013

Fundamentos para una Bioética Personalista

Escrito por Gilberto Gamboa Bernal  

El aparente viraje que en el momento actual toma la reflexión ética y bioética para eludir la pregunta por el sujeto de una y otra (la persona humana) y buscar poner el nivel de discusión en lo social, haciendo una separación poco legítima entre sabiduría individual y sabiduría pública, hace necesario resaltar el peligro del relativismo ético. Seguidamente se muestra cómo una reflexión ética de matriz personalista hace posible una Bioética que hace posible la coherencia, fomenta la esperanza y fortalece la estructuración de un tejido social actualmente débil y abúlico. Se ofrecen las características más relevantes de un personalismo adecuado y los rasgos de los falsos personalismos o antipersonalismos.
Bioética y Sociedad: un interesante y necesario binomio que ha de  ir paralelo con las otras vertientes de la Bioética:

•    Virtudes y valores que forman el quehacer profesional. 
•    Influencia  de las investigaciones  biomédicas sobre la persona humana. 
•    Repercusiones sociales que ha de tener la prestación de los servicios de salud.
•    Interacción vida humana  - medio ambiente. 

En todas ellas no puede olvidarse la importancia y la necesidad superar el relativismo ético que impide la coherencia y agosta la esperanza.

El relativismo tiene la triste posibilidad de hacer nicho en el contexto social y allí proliferar como el tejido neoplásico más agresivo y perjudicial. El contexto social no se puede considerar dejando al margen los elementos que hacen posible las sociedades: las personas. 

Por eso un enfoque personalista de la ética y de la Bioética es presupuesto para cualquier desarrollo en términos sociales. Sostener una fundamentación personalista para la Bioética posibilita y garantiza un adecuado, real y pertinente desarrollo en el ámbito  social, que salvaguarda la finalidad originaria de la sociedad: el que ellla sea para la persona humana y no la persona para la sociedad. 

En aras del pluralismo y de la autonomía, de la transigencia y la tolerancia mal entendidas no es posible cuestionar los principios que no se pueden negociar, que no son susceptibles de modificación a propio arbitrio. 

La Bioética ha de desarrollarse sobre las bases que le brinda la ética y es allí dónde encontraremos sus fundamentos. No quiere decir esto que se confundan, que sean lo mismo, pero tampoco quiere decir que para reflexionar en Bioética se tenga que prescindir de los principios éticos, porque entonces el relativismo se cuela y los primariamente afectados son las personas y luego las sociedades.
    
Desde los albores de la ética no han dejado de presentarse postulados y teorías relativistas que vinculan, según diversos modos, tiempos y lugares, el relativismo ético con un relativismo general de la teoría del conocimiento. El concepto de persona corre el riesgo de encontrarse inmerso en ese relativismo. Como las nociones de persona y personalismo desempeñan un papel crucial en la renovación de la reflexión acerca de la bondad o maldad ética, resulta necesario revisar los elementos que permitan dejar estos conceptos al margen de cualquier relativismo. Sin embargo, con Millán Puelles, hay que decir  que “la expresión relativismo ético es sumamente ambigua”. Pero el relativismo es un hecho evidente cuya presencia campea donde brilla por su ausencia de la racionalidad vertical y donde son los sentimientos, el solo sentido común, el consenso irreflexivo y la ignorancia irresponsable quienes sirven de base a las decisiones que involucran vidas de personas y realidades sociales.

Algunos esfuerzos se han hecho para tratar de precisar qué sea el relativismo en ética. Por ejemplo, R.B. Brandt habla de tres tipos de relativismo ético:

A) El relativismo descriptivo, que en una de sus formas es el llamado relativismo cultural, sostiene que los individuos hacen valoraciones éticas fundamentalmente discordantes, es decir, que en una misma materia de discusión es posible afirmar y negar que existe una apreciación ética correcta y sólo una.

B) El relativismo metaético, por el contrario, sostiene que es imposible que haya siempre una apreciación correcta, ya que niega que una verdad ética pueda tener sentido.

C) El relativismo normativo, a diferencia de los dos anteriores, propone normas éticas siguiendo una u otra de dos proposiciones: en primer lugar, si un individuo piensa que es correcto (o no) actuar de determinada manera, entonces el actuar así es correcto (o no)  para ese individuo. En segundo lugar, si los principios éticos reconocidos por una sociedad, a la que un individuo pertenece, estipulan que es incorrecto actuar de determinada manera y bajo determinadas circunstancias, entonces es incorrecto para ese individuo actuar así y en esas circunstancias.    

El problema del relativismo ético deriva fundamentalmente del relativismo gnoseológico general (equivalente a un escepticismo en la teoría del conocimiento), puesto que al negarse la posibilidad de conocer objetivamente determinada realidad, se niega también todo valor objetivo de esa realidad. Es decir, no cabe afirmar que es objetivo un valor si se niega que es verdad que ese valor es objetivo.

    Nuestra sociedad y medio actuales no escapan de mostrar en sus estructuras (y en quienes las conforman) rasgos más o menos evidentes de la existencia del relativismo en el campo de la ética. Muchos problemas éticos de hoy –y también bioéticos- se despachan con etiquetas más que con argumentos. No es difícil encontrar en titulares y columnas de prensa -y también en publicaciones científicas- un buen número de adjetivos que sentencian determinadas posturas: progresista, reaccionaria, abierta, fundamentalista, de derechas o de izquierdas, etc. Peter Kreeft, profesor de Harvard, en uno de sus libros sostiene que calificar cada postura “equivale a una actitud cerebral de usar y tirar. Nos ahorra el esfuerzo de pensar el problema personalmente. Es más sencillo preguntar si algo es nuevo que preguntar si es verdadero”. 

    Pasemos ahora a revisar algunos elementos que nos permitan clarificar la noción de personalismo. Porque aunque podemos denominar verdadero personalismo a una de las contribuciones fundamentales a la ética de finales del siglo XX, un gran número de “personalismos falsos”  oscurecen a ésta de un modo nunca antes visto en la historia de la ética.     

    El actual rector de la Academia Internacional de Filosofía, el Dr. Josef Seifert, distingue tres sentidos de personalismo:


    a) El adecuado o ideal,
    b) El imperfecto, y
    c) Los sistemas o ideas no personalistas o anti-personalistas.

    Vamos a referirnos a cada uno de ellos sucintamente, aunque haciendo algunos reparos, para luego pasar a contrastar los elementos necesarios de un personalismo puro con los de un personalismo imperfecto, pero, sobre todo, con los elementos de un anti-personalismo.

    1) Personalismo adecuado (ideal): Con este término se hace referencia a una filosofía que hace plena justicia a la realidad, a la naturaleza y a la dignidad de la persona. Aunque ninguna filosofía humana puede realizar absolutamente  el personalismo en este sentido, se encuentra en ciertas escuelas de la filosofía contemporánea, como por ejemplo en la ética personalista polaca (K. Wojtyla, T. Styczen, A. Szostek y otros) y en la filosofía de Dietrich von Hildebrand, un personalismo que, en gran medida, es adecuado a la realidad y dignidad de la persona.

    2) Personalismo imperfecto: en algunas filosofías se encuentra un personalismo básico, pero con una mayor o menor ausencia de algunos elementos que constituyen el personalismo adecuado. Las filosofías de Platón y Aristóteles son personalismos imperfectos pues ignoran algunos de los elementos cruciales del personalismo integral tanto en su filosofía del hombre como en su ética. Según el profesor Seifert el tomismo tradicional, aunque en un grado mucho menor, sería un personalismo imperfecto. Basa su argumentación en el aparente hecho según el cual, al ser deudor del eudemonismo ético de Aristóteles, Santo Tomás no tiene  en cuenta algunos elementos éticos significativos de un personalismo pleno.

     Sin embargo, no puede negarse que el Aquinate es un pensador extremadamente personalista en muchos aspectos: insiste en la dignidad única de las personas, en su destino inmortal, en la superioridad de ésta sobre todos los seres no personales y, especialmente, en el carácter de la persona como sustancia individual espiritual. En este sentido, es conocida la afirmación de Santo Tomás “Persona  est id quod est perfectissimum in tota natura” (La persona es lo más perfecto en toda la naturaleza).

    De un modo diferente la filosofía de Max Scheler es muy personalista, por ejemplo al reconocer la dignidad única de la persona, la insostenibilidad del eudemonismo, etc. No obstante, su personalismo pertenece también a esta categoría de personalismos imperfectos ya que niega varios aspectos metafísicos de la filosofía personalista como, por ejemplo, una de las condiciones absolutas de todo auténtico personalismo: el ser sustancial de la persona. Además en su última etapa filosófica niega que el ser personal sea una perfección atribuible al ser absoluto.

    3) Sistemas o ideas no personalistas o anti-personalistas. En esta categoría se pueden citar el evolucionismo, todo tipo de materialismo, el estructuralismo, el pragmatismo y, en fin, todos los desarrollos filosóficos dependientes tanto del empirismo como del racionalismo.

    Es necesario ahora pasar a enumerar aquellos rasgos característico que hacen que un planteamiento filosófico pueda calificarse como personalismo adecuado y aquellos otros que, por su presencia o ausencia, terminan por configurar un falso personalismo o un anti-personalismo. 

    A. Personalismo adecuado.

    Para lograr un verdadero personalismo hay la necesidad de combinar grandes descubrimientos de la filosofía moderna y contemporánea con grandes intuiciones de la filosofía clásica y medieval. Un personalismo tal se caracteriza por los siguientes once elementos:

    1) El verdadero personalismo se caracteriza por el descubrimiento de una distinción esencial, radical e insalvable, que nunca podrá ser explicada por la evolución, entre personas y seres no personales. Esta distinción está fundada en la racionalidad de la persona, quien es capaz de percibir objetos concretos individuales en un modo racional tal que es capaz de nombrarlos, formar conceptos generales de sus naturalezas, hacer juicios acerca de estados de las cosas, etc. Aspectos fundamentales de esta racionalidad de la persona son la capacidad de intuición, el conocimiento inductivo de la naturaleza de las cosas, formando conceptos abstractos y la distinción entre juicios verdaderos y juicios falsos.

    La racionalidad de la persona se evidencia también en su libertad, en su capacidad de realizar actos que no son efectos de causas naturales internas o externas o de un orden divino trascendente, sino que surgen de la persona humana como de su fuente última. Aristóteles se refirió  acertadamente a  este punto cuando en la Ética Eudema afirma que el hombre es el señor del ser o del no ser de sus acciones.

    Junto a la libertad también ciertas vivencias afectivas espirituales como, por ejemplo, una alegría debida a bienes supremos, una compasión y pasión debida a los grandes males que merecen tales respuestas afectivas constituyen una parte de la naturaleza racional de la persona.

    Otro rasgo esencial de la persona es que ésta no solo tiene un entorno sino también está relacionada con la totalidad del ser, como Aristóteles y Scheler han visto con claridad. Kierkegaard añade, como un rasgo de la racionalidad, la relación que el yo tiene con el absoluto y, en cierto modo, solo es en esta relación. De esta forma la capacidad de realizar actos religiosos de agradecimiento o de adoración de Dios es esencial a esta nueva estructura y esencia de la persona que se expresa además en otra infinidad de cualidades: en la posesión de un lenguaje en sentido propio, en la ciencia, en el método, en la filosofía, en el uso de medios ordenados a fines, etc.

    El nuevo mundo de la persona requiere necesariamente un sujeto que es completamente diferente a la naturaleza, un alma humana que es estrictamente indivisible -en un sentido en el que la materia no lo puede ser- y que es una sustancia espiritual y racional. El personalismo es perfecto en la medida que comprende esta esencia, totalmente nueva, de la persona en comparación con todos los otros seres.

    2) El personalismo verdadero no “encierra” a la persona en una mera subjetividad, considerándola como un sujeto que crea o constituye todos los objetos. Es de la esencia de la persona el que todos los actos personales estén intrínsecamente relacionados con la verdad (real o meramente entendida). El fundamento de la capacidad de trascendencia de la persona reside en el conocimiento de la verdad objetiva.

    3) El personalismo verdadero pone de relieve el valor único y la dignidad de la persona como siendo digna de ser afirmada por sí misma (persona est affirmanda propter ipsam) y, como se mencionaba más arriba, sobre todos los otros seres que no poseen la dignidad de persona.

    4) El auténtico personalismo intuye que los actos humanos y el amor se caracterizan, en su esencia más profunda, por la trascendencia de darse a sí mismo al bien en razón de sí mismo, culminando en la donación de uno mismo a otras personas finitas y, sobre todo, al ser personal infinito, a Dios. El personalismo verdadero y adecuado requiere el pleno reconocimiento de la trascendencia ética en el cumplimiento de la relación debida al bien (persona est affirmanda et amanda propter seipsam).

    5) El personalismo muestra cómo la vida consciente y racional de la persona es de una significación crucial. Igualmente, la vida afectiva espiritual es una parte irreductible y central del ser racional de la persona.

    6) Esta forma adecuada de personalismo entiende que los valores más profundos de la persona están unidos a la vida consciente racional, pero esta vida no es solo -o primariamente- intelectual, sino que culmina en la moral y en los valores religiosos, en última instancia, en la santidad. Estos valores personales supremos no están fundados primariamente en el intelecto (en el cual solo tienen su condición necesaria) sino en la libertad.

    7) El personalismo auténtico sostiene que la persona está ordenada a una  communio personarum y, por esta razón y por la mencionada en el punto anterior, no es suficiente caracterizar a la persona como una res cogitans.

    8) El personalismo verdadero pone de manifiesto que la condición intrínsecamente relacional de la persona a la conciencia del mundo, al amor y a la comunidad no es incompatible con el carácter sustancial de la persona, sino que lo presupone. Persona est individua substantia rationalis naturae, como Boecio y Santo Tomás afirman, pero una sustancia individual abierta que hace posible esa relación con los demás, con el mundo.

    9) El personalismo adecuado comprende el auténtico drama ético del hombre, el que la persona es capaz de realizar elecciones fundamentales, de optar entre el bien y el mal. Estas elecciones radicales no pueden ser explicadas diciendo que cuando se elige mal se trata solo de un mero error intelectual, esto es, de una elección de los medios incorrectos para un fin de los actos humanos necesario y dado con anterioridad. Comprender este punto es crucial para la renovación personalista de la ética.

    10) El personalismo verdadero destaca que la dignidad de la persona es inseparable de los imperativos éticos absolutos que nunca pueden ser invalidados por situaciones circunstanciales. Estas obligaciones absolutas no solo se relacionan con opciones internas fundamentales, sino con acciones concretas llevadas a cabo por el cuerpo, el cual está unido esencialmente a la personalidad humana y no es una mera res extensa.

    11) Por último, el auténtico personalismo señala que ser persona es una perfección pura y absoluta y, por tanto, la condición personal y las perfecciones personales han de ser atribuidas, de un modo claro y libre de cualquier ambigüedad, a Dios. Sólo a Él le pertenecen perfectamente.

    B. Personalismos falsos (pseudo-personalismos) y antipersonalismos.

    Ahora bien, junto al auténtico personalismo, constituido por los once rasgos que se acaban de mencionar, existe un falso personalismo que malinterpreta a la persona y que desemboca en diversas formas de antipersonalismo. Entre éstas se pueden citar las siguientes:


    1) Toda forma de evolucionismo moderno y de ética ecológica que no tiene en cuenta la novedad esencial de la persona en comparación con los animales.

    2) Toda concepción de la persona como no relacionada a una verdad trascendente a ella misma, como inventora de lo correcto e incorrecto o como creadora de su propia naturaleza, todo relativismo y subjetivismo con respecto a los valores, a pesar de que se hagan pasar frecuentemente por personalismos, son antipersonalistas, porque privan a la persona de su destino supremo y cancelan, por tanto, los valores y las verdades específicas que constituyen la fundación de todo personalismo.

    3) Toda ética que no considere la dignidad de la persona humana como no fundada primariamente en el espíritu y como no esencialmente superior al valor de los animales. Este es el caso de la ideología nazi y de varias formas de una nueva ética como, por ejemplo, la ética de Peter Singer.

    4) El eudemonismo y muchos filósofos antiguos y medievales fueron incapaces de comprender la trascendencia ética en el cumplimiento de la relación debida al bien (persona est affirmanda et amanda propter seipsam). La razón de ello estriba en haber fallado al no tener en cuenta la novedad radical de los seres personales con respecto a los animales. Ésta se encuentra en su capacidad de una adaequatio, de un conformar su voluntad al valor intrínseco de los bienes, en dar una respuesta adecuada a los valores. Sobre todo, el hedonismo puro (como es el caso de la ética de Aristipo) o cualquier ética utilitarista o hedonista-egocéntrica que -como la ética de situación de Joseph Fletcher- se hace pasar por personalismo, es profundamente antipersonalista al negar la trascendencia ética de la persona.

    5) Toda ética que restringe la vida racional al intelecto y que, de este modo, no hace justicia a la plenitud del ser personal constituye un personalismo falso.

    6) Toda concepción de la persona (como la de Aristóteles) que cifra únicamente la vocación de ésta en los valores intelectuales y la bienaventuranza de la persona en la mera visión de Dios por el intelecto no hace justicia a la centralidad de los valores éticos en la jerarquía de los valores personales y la relación de la persona en la sumisión al bien y en el amor como el núcleo de la esencia de la persona. Por eso, estas filosofías unilateralmente intelectualistas constituyen una forma imperfecta de personalismo.

    7) Toda concepción puramente cartesiana de la persona como sustancia racional que no tiene en cuenta su ordenación a la comunidad es una forma de personalismo imperfecto.

    8) Por otra parte, toda reducción -en Dios y en el hombre- de la condición de persona a una relación no hace justicia al “estar en sí mismo” de la persona y por tanto se opone al verdadero personalismo. Un personalismo imperfecto que reduce a las personas a relaciones es extremadamente peligroso para la ética de hoy en vista de la actual concepción social de la condición personal.

    9) En su negación del verdadero drama ético (que es un elemento necesario del personalismo auténtico), toda forma de determinismo, incluidos los determinismos religiosos, que consideran que las acciones humanas están sujetas a una predeterminación “sin ninguna relación con la libertad”, así como todas las teorías que someten las elecciones de los seres humanos a “necesidades motivacionales” biológicas o meramente psicológicas, son claramente antipersonalistas.

    Además, todas las filosofías que reducen el drama ético del hombre a la elección de medios, defendiendo con Sócrates que “nadie comete el mal moral a sabiendas” o con Aristóteles que el fin último (la felicidad) es buscado necesariamente por el hombre, son formas imperfectas de personalismo e incluso, hasta cierto punto, antipersonalistas al no reconocer la elección personal fundamental entre los fines últimos inconmensurables y los motivos de las acciones buenas versus las acciones malas y las actitudes fundamentales.

    10) Toda ética utilitarista y teleológica que rechaza un intrinsice malum niega la piedra angular del personalismo incluso aunque se piense que se supera el legalismo e introduce el personalismo verdadero.

    11) Toda concepción que considera a Dios como un ser no personal o a la categoría de ser persona como una mera categoría finita aplicable exclusivamente a los seres humanos no es un personalismo verdadero porque no reconoce el rango y la perfección metafísicos absolutos del ser persona, conduciendo, en última instancia, al ateísmo y a la negación de la estructura dialógica más profunda de la condición personal humana en el drama ético y en el diálogo con Dios.

    



BIBLIOGRAFÍA


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