domingo, 24 de marzo de 2013

Benedicto, Romero y Francisco



Guillermo Gazanini Espinoza / 23 de marzo.de 2013- Religión Digital.
Una semana ha pasado de la elección del Papa Francisco; su estilo ha cautivado y la esperanza de muchos renace en una primavera prometedora de la Iglesia que vuelva a la sencillez del Evangelio, mirar cara a cara a Cristo y vivir en la humildad. El Papa se desmonta de los aires cortesanos y se aproxima a lo ordinario, a lo monótono, a lo cotidiano, a lo que nada vale. Besa a todos, pide a todos que recen por él, no es aficionado a las pleitesías o a los besamanos y, ¡gran escándalo! Sale de los muros y del refinamiento litúrgico para hacer de la celebración el signo de salvación donde se manifiesta la gracia para entrar en diálogo con el otro, el creyente secularizado, que arquea las cejas al ver los ritos insípidos y discursos imposibles para mentalidades asiduas al impacto mediático. Francisco toca y vuelve al drama humano, a conocer a cada uno, no sólo por su nombre, también en sus necesidades y dificultades. No sólo oye, escucha; no sólo atiende, se compromete.

Dos eventos mayúsculos marcarán este fin de semana en el recién nacido pontificado: el primero, el increíble encuentro de dos que han regido los destinos de la catolicidad. Uno, provocó este pontificado esperanzador; el segundo, ve agradecido al anciano Papa emérito - pensador como el hombre sencillo y valiente que reconoció que otro más fuerte debería llevar a cabo una tarea titánica de reestructuración y reforma; y uno más sonríe desde el cielo, un mártir quien, seguramente, intercede por esos dos obispos que anhelan una Iglesia donde no haya soberbia, corrupción y vergonzosa autosuficiencia. En el día de su martirio, hace 33 años, el Papa emérito y el Reinante hablarán de esas cosas de las que muchos darían todo por enterarse de primera mano, de donde dependerá, quizá en mucho, la subsistencia de la Iglesia católica en el mundo individualista y destructor de Dios que ensalza la independencia y el materialismo.

Francisco y Benedicto, Dios así lo quiera, tendrían en el espíritu de su conversación, la convicción de que San Romero de América es otro modelo fiel cuyo testimonio parecería resurgir como el ejemplo más noble de amor por el hermano hasta dar la vida. A 33 años, la misma edad de la Muerte y Resurrección del Maestro, la Pasión de Monseñor Óscar Romero parece conducir a la resurrección de su obra que situó a la Iglesia fuera de esa calificación de ONG piadosa, donde la cruz puede dejarse a un lado para subirse al jumento de Ramos y recibir las loas de los poderosos, distractores y espejismos, cómodas situaciones a cambio de un plato de lentejas para evadir la grave responsabilidad profética y la misión de ir hacia el necesitado ofreciendo el don de la vida eterna en la resurrección.

Quienes han sabido leer los signos de los tiempos en este fin-inicio de pontificados, y no las patrañas, vaciladas pseudorreligiosas mágicas y cuasiprofetoides de los católicos milenaristas, saben que la conclusión deriva en esta precariedad humana que erró el camino, pusimos lo secundario como principal y lo esencial como accesorio. Muchos ritos sin Cristo y Cristo sin Iglesia. Una increíble coincidencia en la Reunión Benedicto-Francisco es que, a los 33 años del martirio de Romero, se actualizarán esos propósitos queridos por el mártir cuando, en su cuarta carta pastoral del 6 de agosto de 1979, obligó a los cristianos a hacer una purificación de la memoria y de la necesidad de conversión. A la luz de Medellín y Puebla –decía Óscar Romero- es necesario recoger las denuncias y criticas que señalan los propios pecados de la Iglesia. Si queremos denunciar los pecados que están destruyendo a la humanidad, el deber de la Iglesia es escuchar las quejas contra ella para convertirse y ser sacramento universal de salvación como afirma la Constitución Lumen Gentium. El gran pecado de la Iglesia es haber caído en la adulteración, de carácter político o ideológico, de la fe y de los criterios cristianos.

Finalmente, hay otra gran coincidencia, la opción por lo pobres. El Santo Padre Francisco ya lo ha dicho desde el inicio del pontificado; como el Santo de Asís, él tendría esa consigna de fe para hacer vida el relato evangélico del capítulo 25 de Mateo. Esto, afirmó San Romero, es un ideal común en la Iglesia para consolidar la unidad; sin embargo, en este mundo globalizado, los criterios individualistas y materialistas han dejado a muchos sin nada y quienes mucho tienen, han perdido el sentido de su existencia que es un tipo de pobreza. Mientras en el tiempo de Romero, ver a los pobres y estar con ellos era peligroso, hablar de derechos humanos, subversivo y denunciar la injusticia, un delito, en el tiempo de Benedicto y Francisco, la pobreza se convierte en consecuencia natural de algo “lógico” si se quiere progreso y desarrollo; los derechos humanos son bandera que confunde, relativizando los esenciales para hacer más valiosos los secundarios y la injusticia es parcial para ser administrada de acuerdo a las capacidades económicas de quienes la requieren. En la Iglesia, la opción por los pobres se ha vuelto más folclor que convicción de fe y solidaridad. Causa revuelo, se retuitea y se dan miles de likes en facebook, a las fotos de los zapatos negros gastados de Francisco como el más grande testimonio de sencillez rechazando el calzado rojo papal, pero estamos haciendo crecer a nuestros hijos e hijas en el egoísmo competitivo por las mejores prendas y ser fashion; dignatarios y autoridades aplauden la humildad de un Papa sencillo y de un mártir que dio la vida por los pobres, pero ellos no son capaces de renunciar a sus banquetes sibaritas, a las ropas de marca, a los chanchullos y negocios porque no conviene caer en la consigna de que quien es un político pobre es un pobre político.

El 23 de marzo de 2013, Benedicto XVI y Francisco coinciden en muchas cosas para ser convergentes en una transformación que ponga fin a esta crisis. En esencia, en la mente de los dos obispos vivientes, estará “la denuncia de la mentira, de la injusticia y de todo pecado que destruye los proyectos de Dios” para subir a la Iglesia sobrenatural que tanto anheló y por la cual fue sacrificado el gran obispo santo aún no canonizado, San Romero de América, Óscar, el padre y pastor quien resucita cada día en los pobres a los que amó en acato a las palabras de Cristo… “Quien lo hace con estos, los más pequeños, ya lo ha hecho conmigo”.

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