El Papa es un tipo de cuidado. Cada mañana, en su homilía, siembra mensajes breves que, al pasar los días, forman una prédica de gran coherencia doctrinaria, imposible de ignorar en la Iglesia, porque configura su magisterio. Una de las líneas centrales ha sido la denuncia de cuanto obstruye el encuentro con Cristo y compromete la misión de la Iglesia. En días pasados, puso el dedo en la llaga de los conflictos posconciliares al señalar uno de los más serios problemas de la Iglesia, como es la confusión entre fe e ideología. Con sencillez afirmó: “si un cristiano se convierte en discípulo de la ideología ha perdido la fe”. No atacó alguna en específico. Señaló una tentación que es preciso combatir y de la cual nadie se escapa. Las ideologías atrapan y encierran a la razón, pues implican, siempre, visiones parciales y excluyentes de nuestra compleja condición humana. Ser católico, por el contrario, es una vocación por la universalidad afirmada en lo específico de cada persona. Jesús abraza a la humanidad y, como el buen pastor, conoce a cada oveja por su nombre. En su denuncia Francisco utilizó una imagen familiar. Cuando encontramos una iglesia cerrada “tenemos una sensación extraña”, no se entiende qué sucede pues “la gente no puede entrar” y “el Señor que está dentro no puede salir”. La Iglesia se comprende sólo cuando está de puertas abiertas. En este momento, seguro, ideólogos de diversos colores disfrazados de teólogos, alzarán la ceja ante la imprecisión del Papa. Dios no puede estar encerrado; pero se equivocan. La metáfora es precisa. Refiere a los doctores de la ley, grandes eruditos, a quienes Jesús fustigó por tener las llaves del reino y no dejar pasar a nadie. Tenían la cabeza llena de estrategias para defender a Dios, mientras atacaban al Nazareno. Es claro. “En las ideologías no está Jesús: su ternura, su amor, su mansedumbre”. Por eso los cristianos ideologizados se tornan “rígidos, moralistas, especialistas en ética, pero sin bondad”. Han perdido el contacto con Cristo y, en consecuencia, con las personas. La tentación ideológica es cotidiana en nuestra cultura tan marcada por los muchos puritanismos, creados por la dictadura del relativismo, en donde cada quien, según su interés, es Dios para sí mismo. No obstante, tiene solución. “La llave que abre la puerta a la fe es la oración”, porque en ella el encuentro con Jesús se torna cotidiano. Sin oración Cristo se convierte en una idea la cual, como siempre, reducimos a nuestra medida y cambalachamos a conveniencia. La oración se realiza en intimidad, se expresa en comunidad, se dimensiona al contemplar la eucaristía y al meditar en los demás sacramentos. Entonces sucede un pequeño milagro. La esperanza se llena de razones, la Iglesia de alegría y nos ponemos en camino. La misa y las devociones populares, tan defendidas por los Papas, como las peregrinaciones y los rosarios, no son trámites religiosos. Son la vida misma del católico de a pie, pecador consuetudinario. Quienes desconfían de Francisco recibirán el mensaje con reserva. Por decir cosas semejantes, Ratzinger fue alabado y acusado, al mismo tiempo, de conservador y piadoso según la filiación ideológica del crítico. Lo cierto es que Francisco habló con sabiduría. Estamos ante un problema de la mayor relevancia, pues entorpece el testimonio de cada cristiano, su capacidad de hacer Iglesia y de construir una cultura llena de humanidad, encuentro y diálogo. jorge.traslosheros@cisav.org
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